Acababa de amanecer, Ani
lo veía por los rayos de luz que llegaban por la ventana de la cabaña, así que
apuró los cereales y, saboreándolos, se echó la mochila a cuestas y salió.
Fuera, la bruma empañaba
un poco la visión, pero no lo suficiente como para impedir el plan. Sentado
junto a la puerta de la cabaña, Saro estaba fingiendo dormir. Ni conseguía
engañar a Ani ni se lo planteaba. Un poco más lejos, Néstor estaba de
cuclillas ojeando la escarcha sobre la hierba y la tierra. Saro se había
vestido de claro y Néstor de oscuro, los gemelos no tenían ganas de jugar al
“somos súper idénticos” con Ani.
“Buenos días, dormilona.”
Saludó Néstor. “Buenos días. ¿Nos ponemos en camino?” Replicó Ani. Saro fingió
bostezar y se puso de pie. Los tres sacudieron los pies y se pusieron en marcha
por un sendero del monte que conocían bien. Caminaban entre los árboles, sobre
la hierba, tierra y piedras húmedas, notando el frío del amanecer y la humedad de
la bruma.
La niebla era lo bastante
espesa como para que los rayos solares y las sombras de los árboles se vieran
sobre ella. A Ani le parecía un cuadro bellísimo, a Néstor le hacía pensar en los
ángulos de la luz y Saro casi no reparaba en ello.
Hasta que Saro, en uno de
sus despistes, chocó contra un travesaño de madera. Se apoyó en el mismo
travesaño y se rió. “¡Por dos tramos que quedan, voy y me estrello contra uno!”
“¡De otro modo te habrías
caído al río!” dijo Néstor, mirando para abajo. El río estaba rodeado por matas
de hierba y bajaba crecido por las lluvias. “Aquí nos bañamos este verano” dijo
Ani, apoyándose en el travesaño. “Entonces hacía menos frío” rezongó Saro.
Néstor dio un brinco hasta
el borde del río, espantando a un montón de
ranas que estaban alrededor “¡Que te vas a caer!” gritó Saro, pero
Néstor se inclinó sobre la orilla, revolvió entre los guijarros hasta que
encontró lo que quería y volvió donde Ani. Le tendió la mano y le dejó una
piedrecita redondeada entre blanca y transparente.
“¡Qué bonito!” dijo Ani
con una enorme sonrisa “Me temo que es un canto rodao de cuarzo, pero ¿A qué
mola?” comentó Néstor.
“¡Serás!” restalló Ani,
riéndose y fingiendo darle un manotazo “¡Ah!” se rió Néstor cayéndose al suelo
de broma. Los tres se rieron a carcajadas un rato.
“Bueno” cortó Saro “Se
está levantando la niebla y tenemos que aligerar el paso si queremos hacer todo
el sendero y volver para la comida”. Néstor y Ani le dieron la razón y
aligeraron el paso aprovechando que se levantaba la niebla.
El sendero terminaba en un
mirador desde el que podían ver las faldas del monte, el bosque y el río.
Llegaron allá a media mañana con el sol en todo lo alto y el tiempo justo para
disfrutar del paisaje y degustar sus bocatas antes de emprender el camino de
vuelta.
“Pues sí que mola” dijo Ani mirando la
piedrecita al trasluz “Me voy a hacer un collar con ella ¡El Collar del Canto
Rodao!”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario