miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Collar del Canto Rodao

Acababa de amanecer, Ani lo veía por los rayos de luz que llegaban por la ventana de la cabaña, así que apuró los cereales y, saboreándolos, se echó la mochila a cuestas y salió.

Fuera, la bruma empañaba un poco la visión, pero no lo suficiente como para impedir el plan. Sentado junto a la puerta de la cabaña, Saro estaba fingiendo dormir. Ni conseguía engañar a Ani ni se lo planteaba. Un poco más lejos, Néstor estaba de cuclillas ojeando la escarcha sobre la hierba y la tierra. Saro se había vestido de claro y Néstor de oscuro, los gemelos no tenían ganas de jugar al “somos súper idénticos” con Ani.


“Buenos días, dormilona.” Saludó Néstor. “Buenos días. ¿Nos ponemos en camino?” Replicó Ani. Saro fingió bostezar y se puso de pie. Los tres sacudieron los pies y se pusieron en marcha por un sendero del monte que conocían bien. Caminaban entre los árboles, sobre la hierba, tierra y piedras húmedas, notando el frío del amanecer y la humedad de la bruma.

La niebla era lo bastante espesa como para que los rayos solares y las sombras de los árboles se vieran sobre ella. A Ani le parecía un cuadro bellísimo, a Néstor le hacía pensar en los ángulos de la luz y Saro casi no reparaba en ello.

Hasta que Saro, en uno de sus despistes, chocó contra un travesaño de madera. Se apoyó en el mismo travesaño y se rió. “¡Por dos tramos que quedan, voy y me estrello contra uno!”

“¡De otro modo te habrías caído al río!” dijo Néstor, mirando para abajo. El río estaba rodeado por matas de hierba y bajaba crecido por las lluvias. “Aquí nos bañamos este verano” dijo Ani, apoyándose en el travesaño. “Entonces hacía menos frío” rezongó Saro.

Néstor dio un brinco hasta el borde del río, espantando a un montón de  ranas que estaban alrededor “¡Que te vas a caer!” gritó Saro, pero Néstor se inclinó sobre la orilla, revolvió entre los guijarros hasta que encontró lo que quería y volvió donde Ani. Le tendió la mano y le dejó una piedrecita redondeada entre blanca y transparente.

“¡Qué bonito!” dijo Ani con una enorme sonrisa “Me temo que es un canto rodao de cuarzo, pero ¿A qué mola?” comentó Néstor.

“¡Serás!” restalló Ani, riéndose y fingiendo darle un manotazo “¡Ah!” se rió Néstor cayéndose al suelo de broma. Los tres se rieron a carcajadas un rato.

“Bueno” cortó Saro “Se está levantando la niebla y tenemos que aligerar el paso si queremos hacer todo el sendero y volver para la comida”. Néstor y Ani le dieron la razón y aligeraron el paso aprovechando que se levantaba la niebla.

El sendero terminaba en un mirador desde el que podían ver las faldas del monte, el bosque y el río. Llegaron allá a media mañana con el sol en todo lo alto y el tiempo justo para disfrutar del paisaje y degustar sus bocatas antes de emprender el camino de vuelta.


 “Pues sí que mola” dijo Ani mirando la piedrecita al trasluz “Me voy a hacer un collar con ella ¡El Collar del Canto Rodao!”.

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