viernes, 19 de diciembre de 2014

Castañas de Samain

Esta historia ocurre en el mismo universo que "Un encuentro en el Monte" y con el mismo protagonista, si bien no es su continuación.


Se acercaba la noche. Con ella se acercaba la fiesta. Una fiesta que Brais estaba decidido a disfrutar.
La idea del concello no había sido mala: aprovechar que la noche del recuperado samaín precedía al día del magosto para dar lugar a una fiesta que los combinara. Como la gente de aquel pueblo sabía muy bien lo que hacía, todo el pueblo y el monte se habían llenado de rábanos con caras talladas y se habían habilitado espacios para beber. Porqué aunque el magosto está asociado con las castañas, también es cuando se prueban los nuevos vinos.
Y como samaín había sido asociado a su derivado anglosajón (Hallowen), la gente iba a ir disfrazada. ¿Os imagináis el disfraz de Brais? Para él era obvio, un disfraz de druida muy currado.
-          ¿Cuánto piensas seguir mirándote al espejo, hermanito? – lo increpó su hermana Amparo.
-          ¡Ya voy! – protestó Brais.
Con su capa, su traje medieval y el broche, Brais podría parecer un joven druida. Después de todo, sabía más de magia que la mayor parte de los druidas históricos.
Amparo tenía prisa por salir, después de todo, ahora que tenía una niña no podría quedarse hasta muy tarde. Así que el druida y la reina araña salieron de la casa con un pequeño conejito en brazos.
El pueblo estaba iluminado, las calles llenas de gente. El ruido era ensordecedor, pero el maravilloso olor a castañas asadas lo llenaba todo.
En un puesto donde se servían unos cucuruchos de castañas que olían a las mil maravillas y un vino blanco de bodega que tenía muy buena pinta, Brais encontró a los dos amigos con los que había quedado aquella noche. Dany no se había currado nada su disfraz de Harry Potter (él era así) y, si Brais había albergado la esperanza de que Aleida se disfrazara de guarrilla, había sido un ingenuo, estaba disfrazada de guerrera medieval. No es que le quitara atractivo a los ojos de Brais.
-          ¡Aaaay! – exclamó Aleida, cuando vio a Brais con la pequeña Sabeliña en Brazos – ¡Pero que cosita más mona! –
-          ¡Nuestro amigo viajero ha vuelto a presentarse! – dijo Dany.
-          ¡Bueno! – replicó este, devolviéndoselo – La morriña siempre te afecta. –
Todos se rieron. Cada uno echó mano a un cucurucho de castañas mientras les llenaban de vino unos vasos de cartón.
-          ¡Esta va a ser una noche muy entretenida! – dijo Dany.
-          ¡Y que lo digas! – replicó Aleida.
Durante el anochecer y el comienzo de la noche, un druida, una guerrera y un Harry Potter dieron vueltas, comieron castañas, bebieron vinos y bailaron como si no hubiera un mañana.
Brais se cuidó de poder despedirse de Amparo y de su pequeña sobrinita antes de la medianoche, cuando se retiraron. A partir de ahí, la noche era una juerga donde su naturaleza insomne sería un poderoso aliado.
Recorrieron todo el pueblo comiendo y bebiendo, participando en tómbolas y rifas. Brais llegó a ganar alguna para poder regalarle algún muñeco de feria cutre a Aleida. Dany aguantaba mejor que ella el vino, pero claro, Dany era un tritón.
En un determinado momento, Aleida decidió detenerse para reposar un poco todos los vinos que se había bebido. Brais se sentó junto a ella caballerosamente, y porqué si ella se emborrachaba demasiado Brais no iba a poder llevársela al huerto. Dany no iba a irse él solo, necesitaba alguien que le acompañara.
Sentado sobre una piedra con Aleida apoyada en su espalda, Brais se fijó en un pajarraco un tanto extraño. Al principio no tenía claro si era un mirlo, una alondra o una pequeña paloma, pero al observarlo ya se imaginaba que se trataba de otra cosa. ¿Estoy viendo un Adar Rhiannon?
Era un poco raro, pero Brais había visto varias veces aquellos pajarracos mágicos en el otro mundo. No iba a dejar a Aleida atrás, pero algo le decía que aquello iba a afectar a su noche.
-          ¿Nos vamos? – insistió Dany, de repente.
-          ¿Hay prisa? – replicó Aleida.
-          Creo que va a comenzar un nuevo concierto. – replicó Dany.
La música bastaba para mover a Aleida. Brais la siguió tranquilamente.
Hasta que se tropezaron con alguien en el camino, cosa normal en las fiestas, pero Brais se fijó en que había chocado con una señora de aspecto altivo, más pelirroja no podía ser y su disfraz recordaba a una druidesa. Lo malo era que los sentidos perfeccionados de Brais notaban que no era lo que se dice un disfraz.
-          ¡Lady Rhiannon! – dijo, reconociendo a la princesa galesa.
-          ¡Hola, jovencito! – replicó ella con su hondo acento galés – Es la primera vez que nos cruzamos en el reino de los vivos. –
-          ¿Shhhh? – reaccionó Brais – ¡Que mi amiga no sabe nada de esto! –
-          Perdón. – replicó Rhiannon, con cara de traviesa – Es que en esta tierra las gaitas suenan igual de bien en que en Gales y eso me distrae. –
-          ¿Y qué hace usted por aquí? – dijo Brais – ¿Le apetecía celebrar un buen samaín? –
-          ¡El samaín siempre fue mi fiesta favorita! – replicó Rhiannon – Y esta fiesta es una buena idea. – se alzó de hombros – Pero he venido a buscar a mi marido. –
-          ¿A cuál de ellos? – replicó Brais, sin mala intención pero sin poderse reprimir.
-          Al segundo. – dijo Rhiannon – Se ha venido para aquí y quería ver que estaba haciendo, ya te puedes imaginar lo difícil que es de predecir. –
Pues sí, aunque el primer esposo de Rhiannon, Pwyll de Dedyfed, había sido un hombre y héroe notable, había pocos héroes a los que Brais admiraba más que Manawydan, hijo de Lyr.
-          ¿El marido de esta señora se ha escondido en esta fiesta? – intervino Aleida, un poco borracha.
-          No se ha escondido. – replicó Rhiannon – Debe de tener algo que hacer, simplemente quiero saber de qué se trata. –
-          ¡Pues podríamos echarle una mano! – dijo Aleida.
De todos los amigos cercanos de Brais, Aleida era la única que desconocía sus poderes y su doble vida arcana, pero tenía un instinto de periodista que el alcohol no conseguía diluir.
Aleida, tú sí que sabes buscarte las personas a las que hacer favores pensó Brais y, asumiendo su nueva misión, dio un par de vueltas a ella ¿Dónde podría ocultarse un héroe hechicero como Manawydan en semejante noche?
-          Miña dona – dijo, tampoco tenía demasiadas ganas de hablar en inglés y el galés se le daba peor de lo que debería – ¿podría usted lanzar sus pajarracos por los montes alrededor del pueblo? –
-          ¿Crees que anda por ahí? – replicó Rhiannon.
-          ¡Ni idea! – replicó Brais, alzándose de hombros – Pero hay alguna mámoa donde vive un mouro que tiene reputación de ser más rico que Midas y tener mejor gusto que los Medicis. –
-          ¿Eso te lo ha dicho la buena de Ana Manana? – inquirió Rhiannon, con cara de divertida.
-          Uno tiene que andarse con ojo cuando habla con la dama del lago, pero algo me ha dicho. – replicó Brais.
-          ¿Qué dices de la dama del lago? – inquirió Aleida, con su instinto asomando tras las brumas de la cogorza.
Me da que esta noche me quedo sin mojar se dijo Brais y, mientras se cagaba en todo, se puso al tajo.
-          ¿Qué pasa? – dijo – Los bretones y los córnicos tienen sus propias damas del lago ¿Es que los gallegos somos menos que ellos? ¡Ni que fuéramos menos celtas! –
-          ¡Tienes razón! – replicó Aleida, riéndose.
-          Bueno. – intervino Dany – Me temo que nuestra amiga está un poco borracha… será mejor que la acompañe a casa. – notó la mirada de Brais – Tranquilo, tío, que no la… - Aleida lo hizo callar de un codazo.
-          ¡Ya te diré yo qué es lo que haces! – le dijo.
Rhiannon sonrió al ver la fuerte personalidad de la muchacha.
-          Tienes buen gusto. – le graznó a Brais en la lengua de los cuervos.
Brais se acordó de algún que otro amor imposible.
-          Creo que Dany tiene razón. – dijo Brais para terciar – Ya me ocupo yo de ayudar a esta dona a encontrar a su señor esposo y luego os alcanzo. –
Aleida aceptó los argumentos de Brais, este quería creerse que le hacía ilusión lo de alcanzarlos, pero con una muchacha bebida nunca se sabe.
-          ¿Nos ponemos en camino? – dijo a Rhiannon conforme sus amigos se marchaban.
-          ¡Por supuesto! – replicó Rhiannon – Y no te desanimes, ya verás cómo esta noche acaba bien. –
Solo falta por ver para quien pensó Brais.
-          ¿Dicen algo los pajarracos? –
-          Que tu intuición iba bien dirigida. – replicó Rhiannon – El poder de Mannawydan es importante en la mámoa. –
-          ¡Pues sí que son rápidos los pajarracos! – protestó Brais – Con lo que son capaces de hacerme esperar a mí los cuervos y las lechuzas… –
-          Pues ya sabes con los cuervos y familia hay que tener cuidado. – dijo Rhiannon.
-          Si es que esos pajarracos tienen cada cosa… -
Por lo menos, la singular potencia física de Brais y de Rhiannon cubrió la distancia con la peña en poco tiempo, aunque no molaba dejar atrás la fiesta. La mámoa era un enorme menir de granito sostenido por media docena de rocas de granito. En los tiempos de María Castaña, alguien muy importante debió de ser sepultado debajo. Cuando se había instalado el mouro que guardaba el tesoro era algo que Brais aún no había logrado dilucidar.
-          ¡De lo que eran capaces tus antepasados! – comentó Rhiannon cortésmente.
-          Desde luego. – replicó Brais, asombrándose de la maravillosa construcción – ¿Cómo entramos? –
-          ¡Cómo se entra en todas las casas! – replicó Rhiannon alegremente – Por la puerta. –
Y (como la poderosa hechicera que era) trenzó un hechizo que permitió a Brais ver una entrada por la que entrar.
La magia era algo que a veces  incomodaba a Brais, ya que era capaz de reconocerla y analizarla pero ejecutarla se le daba mal, muy mal.
-          ¿Las damas primero o hago de escudo? – dijo, sardónicamente.
-          Mejor pasas tú primero. – replicó Rhiannon.
Brais asintió y entró por la “puerta”. Al atravesarla descubrió que tenía la espada feniana colgada al cinto. Se volvió a Rhiannon.
-          Por si te hace falta. – dijo ella – Tu propia espada está demasiado sincronizada contigo para que pueda invocarla, pero el forjador de esa espada lleva muerto mucho tiempo. –
A Brais casi le hizo gracia lo de “lleva muerto”, puesto que había sido uno de sus predecesores que había muerto y resucitado y luego muerto de forma definitiva unos cuantos años después.
Como muchas mámoas, la residencia del mouro contenía una enorme sala del tesoro de la que se notaba que era mejor no coger nada. El murmullo no tardó en alertarlos de que no estaban solos.
Siguiéndolo llegaron a un lugar donde estaba el mouro, oscuro como la noche, frente a un hombre de aspecto alegre y artero, pero honesto.
-          ¡Dan! – restalló Rhiannon.
-          ¡Esposa! – replicó el hombre al escuchar la voz de su mujer.
-          ¿Qué haces aquí? – dijo Rhiannon.
-          Pues… - comenzó a decir Manawydan.
Brais comenzó a imaginarse que tendría un negocio con el mouro pero le daría vergüenza confesarlo. Y, si le daba vergüenza confesarlo a una mujer como Rhiannon, solo veía dos posibles explicaciones: era una afrenta (como una infidelidad o un robo) o era una sorpresa para ella. Brais solo conocía a Manawydan por los relatos del Mabinogion y por lo que le habían contado Teseo, Héctor o la propia Rhiannon, pero aquello ya era suficiente como para decantarse por la segunda opción. Y, con una mujer como Rhiannon, Brais lo comprendía.
La pregunta era ahora que hacía, y el tiempo corría en contra.
-          Lord Manawydan – dijo consciente de que no conocía en qué constaba el trato –, creo que será mejor que agilice sus negocios. –
-          ¿Agilizar mis negocios? – replicó Manawydan afablemente – Se nota que nunca has negociado con un mouro. –
Correcto, Brais jamáis había oído de negociaciones con mouros. Todas las historias que Brais conocía representaban a los mouros como criaturas generosas, dadas a pagar pequeños servicios generosamente con la condición del secretismo. La irrupción de Brais y Rhiannon había supuesto una alteración de esa condición.
Que poco agudo he estado pensó Brais.
-          ¡Entrastedes! – comenzó el mouro - ¡Amol..! -
-          ¡Un segundo! – intervino Brais, con lo primero que se le ocurrió, antes de que terminase el pareado – Puede que esta irrupción haya sido poco protocolaria, pero lady Rhiannon ha llegado hasta aquí empujada por el amor. –
-          Eso no explica tu presencia aquí. – replicó el mouro.
-          Yo me he metido aquí como un idiota, – replicó Brais – pero con buenas intenciones. Solo quería ayudar a alguien a quien admiro. –
-          ¿Me admiras a mí o a mi marido? – intervino Rhiannon.
-          Sabes perfectamente que os admiro a ambos. – replicó Brais.
-          Eso no quita – siguió el mouro – que tu presencia en este encuentro sea algo irregular. –
Oyendo aquello, Brais se llevó la mano al bolsillo de la capa y agarró unas castañas que había guardado por si le servían para ganarse a Aleida. Las sacó de debajo de la capa como un truco de manos simple pero bien improvisado.
-          El magosto es el mejor momento para comer castañas. – dijo, las castañas aún estaban calientes y olían que alimentaban.
La cara del mouro dejó claro que le apetecían.
-          ¿Qué deseas…? –
-          Que ignore mi situación. – dijo Brais – Creo que ninguno de los dos desea poner trabas al amor. –
-          Veo que el agente de los jueces es un buen argumentador. – intervino Manawydan.
Brais se sintió elogiado, no hay nada como un cumplido de alguien así.
-          Es bueno. – reconoció el mouro – Y tiene razón ¡Tu mujer ha venido aquí por amor y yo no deseo poner trabas al amor! –
Ya pensó Brais pero lo mío con Aleida bien que me lo han cortado.
-          ¡Esta es una situación demasiado hermosa como para estropearla! – prosiguió el mouro, dirigiéndose a Manawydan extrañamente embelesado – Así que voy a fiarte la parte del pago que te falta, esas castañas podrían estar lo bastante ricas como para que pases a deberle algo a él. –
-          Puedo vivir debiéndole algo a un emisario de los jueces. – replicó Manawydan – A su manera, son todos iguales. –
El mouro hizo entonces su propio truco de prestidigitación, mucho mejor que el de Brais, y ubicó en la palma de la mando de Manawydan una pieza de oro que habría rivalizado en belleza con la diadema aurea de Ribadeo.
El príncipe y hechicero galés se levantó y alcanzó a su esposa, colocando el colgante en sus manos.
-          ¡Oh, Dan! – restalló Rhiannon, rebosando felicidad – ¿Por qué has…? –
-          Porqué una mujer como tú debe ser agasajada la noche del samaín. – replicó Manawydan.
Situado junto a semejante pareja, junto a semejantes leyendas, Brais se sintió empequeñecido.
-          Has honrado tus deberes joven – el mouro lo devolvió a la realidad –, en consecuencia, te ofrezco lo que desees de mis riquezas. –
Brais aguantó la respuesta un segundo. Ahora tenía que ser astuto para sí mismo.
-          La deuda con el muchacho es mía. – intervino Manawydan – Y así será saldada: el día que necesites mi ayuda, la tendrás. –
-          Tomaré nota, príncipe hechicero. – replicó Brais – Pues alguien como yo debe asumir riesgos y afrontar dificultades, pocos héroes han afrontado tantas dificultades con éxito como vos. –
Antes de que Brais terminase, Manawydan puso su cetro sobre sus hombros.
-          Esto no es una parte del pago – dijo –, es un favor de alguien que reconoce tu valía. –
Y Brais se vio transportado de vuelta al pueblo, sin la espada feniana pero con su disfraz más lustroso. La gente a su alrededor festejaba sin percatarse de su aparición. Vuelvo a la fiesta.
Y le llamó la atención el sonido de unas flautas muy bien tocadas Esta noche había conciertos de flauta, gaita y violín. La música le mejoró el ánimo y se dirigió al concierto.
Allá, recostada y algo recuperada del exceso de vino, Aleida estaba disfrutando de la música que tanto les gustaba a los dos.
-          ¿Qué tal ha ido? – lo saludó su amiga disfrazada de guerrera.
-          Han quedado satisfechos. – replicó Brais.
Aleida se adelantó y le dio un abrazo.
-          Tú siempre consigues que las cosas salgan bien. – le susurró – Es algo especial que tienes. –
A lo mejor la noche acaba bien para mí y todo.

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