Esta historia ocurre en el mismo universo que "Un encuentro en el Monte" y con el mismo protagonista, si bien no es su continuación.
Se
acercaba la noche. Con ella se acercaba la fiesta. Una fiesta que Brais estaba
decidido a disfrutar.
La idea
del concello no había sido mala: aprovechar que la noche del recuperado samaín
precedía al día del magosto para dar lugar a una fiesta que los combinara. Como
la gente de aquel pueblo sabía muy bien lo que hacía, todo el pueblo y el monte
se habían llenado de rábanos con caras talladas y se habían habilitado espacios
para beber. Porqué aunque el magosto está asociado con las castañas, también es
cuando se prueban los nuevos vinos.
Y como
samaín había sido asociado a su derivado anglosajón (Hallowen), la gente iba a
ir disfrazada. ¿Os imagináis el disfraz de Brais? Para él era obvio, un disfraz
de druida muy currado.
-
¿Cuánto piensas seguir mirándote al espejo,
hermanito? – lo increpó su hermana Amparo.
-
¡Ya voy! – protestó Brais.
Con su
capa, su traje medieval y el broche, Brais podría parecer un joven druida.
Después de todo, sabía más de magia que la mayor parte de los druidas
históricos.
Amparo
tenía prisa por salir, después de todo, ahora que tenía una niña no podría
quedarse hasta muy tarde. Así que el druida y la reina araña salieron de la
casa con un pequeño conejito en brazos.
El pueblo
estaba iluminado, las calles llenas de gente. El ruido era ensordecedor, pero
el maravilloso olor a castañas asadas lo llenaba todo.
En un
puesto donde se servían unos cucuruchos de castañas que olían a las mil
maravillas y un vino blanco de bodega que tenía muy buena pinta, Brais encontró
a los dos amigos con los que había quedado aquella noche. Dany no se había
currado nada su disfraz de Harry Potter (él era así) y, si Brais había
albergado la esperanza de que Aleida se disfrazara de guarrilla, había sido un
ingenuo, estaba disfrazada de guerrera medieval. No es que le quitara atractivo
a los ojos de Brais.
-
¡Aaaay! – exclamó Aleida, cuando vio a Brais con la
pequeña Sabeliña en Brazos – ¡Pero que cosita más mona! –
-
¡Nuestro amigo viajero ha vuelto a presentarse! –
dijo Dany.
-
¡Bueno! – replicó este, devolviéndoselo – La morriña
siempre te afecta. –
Todos se
rieron. Cada uno echó mano a un cucurucho de castañas mientras les llenaban de
vino unos vasos de cartón.
-
¡Esta va a ser una noche muy entretenida! – dijo
Dany.
-
¡Y que lo digas! – replicó Aleida.
Durante
el anochecer y el comienzo de la noche, un druida, una guerrera y un Harry
Potter dieron vueltas, comieron castañas, bebieron vinos y bailaron como si no
hubiera un mañana.
Brais se
cuidó de poder despedirse de Amparo y de su pequeña sobrinita antes de la medianoche,
cuando se retiraron. A partir de ahí, la noche era una juerga donde su
naturaleza insomne sería un poderoso aliado.
Recorrieron
todo el pueblo comiendo y bebiendo, participando en tómbolas y rifas. Brais
llegó a ganar alguna para poder regalarle algún muñeco de feria cutre a Aleida.
Dany aguantaba mejor que ella el vino, pero claro, Dany era un tritón.
En un
determinado momento, Aleida decidió detenerse para reposar un poco todos los
vinos que se había bebido. Brais se sentó junto a ella caballerosamente, y
porqué si ella se emborrachaba demasiado Brais no iba a poder llevársela al
huerto. Dany no iba a irse él solo, necesitaba alguien que le acompañara.
Sentado sobre
una piedra con Aleida apoyada en su espalda, Brais se fijó en un pajarraco un
tanto extraño. Al principio no tenía claro si era un mirlo, una alondra o una
pequeña paloma, pero al observarlo ya se imaginaba que se trataba de otra cosa.
¿Estoy viendo un Adar Rhiannon?
Era un
poco raro, pero Brais había visto varias veces aquellos pajarracos mágicos en
el otro mundo. No iba a dejar a Aleida atrás, pero algo le decía que aquello
iba a afectar a su noche.
-
¿Nos vamos? – insistió Dany, de repente.
-
¿Hay prisa? – replicó Aleida.
-
Creo que va a comenzar un nuevo concierto. – replicó
Dany.
La música
bastaba para mover a Aleida. Brais la siguió tranquilamente.
Hasta que
se tropezaron con alguien en el camino, cosa normal en las fiestas, pero Brais
se fijó en que había chocado con una señora de aspecto altivo, más pelirroja no
podía ser y su disfraz recordaba a una druidesa. Lo malo era que los sentidos
perfeccionados de Brais notaban que no era lo que se dice un disfraz.
-
¡Lady Rhiannon! – dijo, reconociendo a la princesa
galesa.
-
¡Hola, jovencito! – replicó ella con su hondo acento
galés – Es la primera vez que nos cruzamos en el reino de los vivos. –
-
¿Shhhh? – reaccionó Brais – ¡Que mi amiga no sabe
nada de esto! –
-
Perdón. – replicó Rhiannon, con cara de traviesa –
Es que en esta tierra las gaitas suenan igual de bien en que en Gales y eso me
distrae. –
-
¿Y qué hace usted por aquí? – dijo Brais – ¿Le
apetecía celebrar un buen samaín? –
-
¡El samaín siempre fue mi fiesta favorita! – replicó
Rhiannon – Y esta fiesta es una buena idea. – se alzó de hombros – Pero he
venido a buscar a mi marido. –
-
¿A cuál de ellos? – replicó Brais, sin mala
intención pero sin poderse reprimir.
-
Al segundo. – dijo Rhiannon – Se ha venido para aquí
y quería ver que estaba haciendo, ya te puedes imaginar lo difícil que es de
predecir. –
Pues sí,
aunque el primer esposo de Rhiannon, Pwyll de Dedyfed, había sido un hombre y
héroe notable, había pocos héroes a los que Brais admiraba más que Manawydan,
hijo de Lyr.
-
¿El marido de esta señora se ha escondido en esta
fiesta? – intervino Aleida, un poco borracha.
-
No se ha escondido. – replicó Rhiannon – Debe de
tener algo que hacer, simplemente quiero saber de qué se trata. –
-
¡Pues podríamos echarle una mano! – dijo Aleida.
De todos
los amigos cercanos de Brais, Aleida era la única que desconocía sus poderes y
su doble vida arcana, pero tenía un instinto de periodista que el alcohol no
conseguía diluir.
Aleida, tú sí que sabes buscarte las personas a las
que hacer favores pensó Brais y, asumiendo su nueva misión, dio un
par de vueltas a ella ¿Dónde podría ocultarse un héroe hechicero como Manawydan
en semejante noche?
-
Miña dona – dijo, tampoco tenía demasiadas ganas de
hablar en inglés y el galés se le daba peor de lo que debería – ¿podría usted
lanzar sus pajarracos por los montes alrededor del pueblo? –
-
¿Crees que anda por ahí? – replicó Rhiannon.
-
¡Ni idea! – replicó Brais, alzándose de hombros –
Pero hay alguna mámoa donde vive un mouro que tiene reputación de ser más rico que
Midas y tener mejor gusto que los Medicis. –
-
¿Eso te lo ha dicho la buena de Ana Manana? –
inquirió Rhiannon, con cara de divertida.
-
Uno tiene que andarse con ojo cuando habla con la
dama del lago, pero algo me ha dicho. – replicó Brais.
-
¿Qué dices de la dama del lago? – inquirió Aleida,
con su instinto asomando tras las brumas de la cogorza.
Me da que esta noche me quedo sin mojar se dijo
Brais y, mientras se cagaba en todo, se puso al tajo.
-
¿Qué pasa? – dijo – Los bretones y los córnicos
tienen sus propias damas del lago ¿Es que los gallegos somos menos que ellos?
¡Ni que fuéramos menos celtas! –
-
¡Tienes razón! – replicó Aleida, riéndose.
-
Bueno. – intervino Dany – Me temo que nuestra amiga
está un poco borracha… será mejor que la acompañe a casa. – notó la mirada de
Brais – Tranquilo, tío, que no la… - Aleida lo hizo callar de un codazo.
-
¡Ya te diré yo qué es lo que haces! – le dijo.
Rhiannon
sonrió al ver la fuerte personalidad de la muchacha.
-
Tienes buen gusto. – le graznó a Brais en la lengua
de los cuervos.
Brais se
acordó de algún que otro amor imposible.
-
Creo que Dany tiene razón. – dijo Brais para terciar
– Ya me ocupo yo de ayudar a esta dona a encontrar a su señor esposo y luego os
alcanzo. –
Aleida
aceptó los argumentos de Brais, este quería creerse que le hacía ilusión lo de
alcanzarlos, pero con una muchacha bebida nunca se sabe.
-
¿Nos ponemos en camino? – dijo a Rhiannon conforme
sus amigos se marchaban.
-
¡Por supuesto! – replicó Rhiannon – Y no te
desanimes, ya verás cómo esta noche acaba bien. –
Solo falta por ver para quien pensó
Brais.
-
¿Dicen algo los pajarracos? –
-
Que tu intuición iba bien dirigida. – replicó
Rhiannon – El poder de Mannawydan es importante en la mámoa. –
-
¡Pues sí que son rápidos los pajarracos! – protestó
Brais – Con lo que son capaces de hacerme esperar a mí los cuervos y las
lechuzas… –
-
Pues ya sabes con los cuervos y familia hay que
tener cuidado. – dijo Rhiannon.
-
Si es que esos pajarracos tienen cada cosa… -
Por lo
menos, la singular potencia física de Brais y de Rhiannon cubrió la distancia
con la peña en poco tiempo, aunque no molaba dejar atrás la fiesta. La mámoa
era un enorme menir de granito sostenido por media docena de rocas de granito.
En los tiempos de María Castaña, alguien muy importante debió de ser sepultado
debajo. Cuando se había instalado el mouro que guardaba el tesoro era algo que
Brais aún no había logrado dilucidar.
-
¡De lo que eran capaces tus antepasados! – comentó
Rhiannon cortésmente.
-
Desde luego. – replicó Brais, asombrándose de la
maravillosa construcción – ¿Cómo entramos? –
-
¡Cómo se entra en todas las casas! – replicó
Rhiannon alegremente – Por la puerta. –
Y (como
la poderosa hechicera que era) trenzó un hechizo que permitió a Brais ver una
entrada por la que entrar.
La magia
era algo que a veces incomodaba a Brais,
ya que era capaz de reconocerla y analizarla pero ejecutarla se le daba mal,
muy mal.
-
¿Las damas primero o hago de escudo? – dijo,
sardónicamente.
-
Mejor pasas tú primero. – replicó Rhiannon.
Brais
asintió y entró por la “puerta”. Al atravesarla descubrió que tenía la espada
feniana colgada al cinto. Se volvió a Rhiannon.
-
Por si te hace falta. – dijo ella – Tu propia espada
está demasiado sincronizada contigo para que pueda invocarla, pero el forjador
de esa espada lleva muerto mucho tiempo. –
A Brais
casi le hizo gracia lo de “lleva muerto”, puesto que había sido uno de sus
predecesores que había muerto y resucitado y luego muerto de forma definitiva
unos cuantos años después.
Como
muchas mámoas, la residencia del mouro contenía una enorme sala del tesoro de
la que se notaba que era mejor no coger nada. El murmullo no tardó en
alertarlos de que no estaban solos.
Siguiéndolo
llegaron a un lugar donde estaba el mouro, oscuro como la noche, frente a un
hombre de aspecto alegre y artero, pero honesto.
-
¡Dan! – restalló Rhiannon.
-
¡Esposa! – replicó el hombre al escuchar la voz de
su mujer.
-
¿Qué haces aquí? – dijo Rhiannon.
-
Pues… - comenzó a decir Manawydan.
Brais
comenzó a imaginarse que tendría un negocio con el mouro pero le daría
vergüenza confesarlo. Y, si le daba vergüenza confesarlo a una mujer como
Rhiannon, solo veía dos posibles explicaciones: era una afrenta (como una
infidelidad o un robo) o era una sorpresa para ella. Brais solo conocía a Manawydan
por los relatos del Mabinogion y por
lo que le habían contado Teseo, Héctor o la propia Rhiannon, pero aquello ya
era suficiente como para decantarse por la segunda opción. Y, con una mujer
como Rhiannon, Brais lo comprendía.
La
pregunta era ahora que hacía, y el tiempo corría en contra.
-
Lord Manawydan – dijo consciente de que no conocía
en qué constaba el trato –, creo que será mejor que agilice sus negocios. –
-
¿Agilizar mis negocios? – replicó Manawydan
afablemente – Se nota que nunca has negociado con un mouro. –
Correcto,
Brais jamáis había oído de negociaciones con mouros. Todas las historias que
Brais conocía representaban a los mouros como criaturas generosas, dadas a pagar
pequeños servicios generosamente con la condición del secretismo. La irrupción de Brais y Rhiannon había supuesto una
alteración de esa condición.
Que poco agudo he estado pensó
Brais.
-
¡Entrastedes!
–
comenzó el mouro - ¡Amol..! -
-
¡Un segundo! – intervino Brais, con lo primero que
se le ocurrió, antes de que terminase el pareado – Puede que esta irrupción
haya sido poco protocolaria, pero lady Rhiannon ha llegado hasta aquí empujada
por el amor. –
-
Eso no explica tu presencia aquí. – replicó el
mouro.
-
Yo me he metido aquí como un idiota, – replicó Brais
– pero con buenas intenciones. Solo quería ayudar a alguien a quien admiro. –
-
¿Me admiras a mí o a mi marido? – intervino
Rhiannon.
-
Sabes perfectamente que os admiro a ambos. – replicó
Brais.
-
Eso no quita – siguió el mouro – que tu presencia en
este encuentro sea algo irregular. –
Oyendo
aquello, Brais se llevó la mano al bolsillo de la capa y agarró unas castañas
que había guardado por si le servían para ganarse a Aleida. Las sacó de debajo
de la capa como un truco de manos simple pero bien improvisado.
-
El magosto es el mejor momento para comer castañas.
– dijo, las castañas aún estaban calientes y olían que alimentaban.
La cara
del mouro dejó claro que le apetecían.
-
¿Qué deseas…? –
-
Que ignore mi situación. – dijo Brais – Creo que
ninguno de los dos desea poner trabas al amor. –
-
Veo que el agente de los jueces es un buen
argumentador. – intervino Manawydan.
Brais se
sintió elogiado, no hay nada como un cumplido de alguien así.
-
Es bueno. – reconoció el mouro – Y tiene razón ¡Tu
mujer ha venido aquí por amor y yo no deseo poner trabas al amor! –
Ya pensó Brais pero
lo mío con Aleida bien que me lo han cortado.
-
¡Esta es una situación demasiado hermosa como para
estropearla! – prosiguió el mouro, dirigiéndose a Manawydan extrañamente
embelesado – Así que voy a fiarte la parte del pago que te falta, esas castañas
podrían estar lo bastante ricas como para que pases a deberle algo a él. –
-
Puedo vivir debiéndole algo a un emisario de los
jueces. – replicó Manawydan – A su manera, son todos iguales. –
El mouro
hizo entonces su propio truco de prestidigitación, mucho mejor que el de Brais,
y ubicó en la palma de la mando de Manawydan una pieza de oro que habría
rivalizado en belleza con la diadema aurea de Ribadeo.
El
príncipe y hechicero galés se levantó y alcanzó a su esposa, colocando el
colgante en sus manos.
-
¡Oh, Dan! – restalló Rhiannon, rebosando felicidad –
¿Por qué has…? –
-
Porqué una mujer como tú debe ser agasajada la noche
del samaín. – replicó Manawydan.
Situado
junto a semejante pareja, junto a semejantes leyendas, Brais se sintió
empequeñecido.
-
Has honrado tus deberes joven – el mouro lo devolvió
a la realidad –, en consecuencia, te ofrezco lo que desees de mis riquezas. –
Brais
aguantó la respuesta un segundo. Ahora tenía que ser astuto para sí mismo.
-
La deuda con el muchacho es mía. – intervino
Manawydan – Y así será saldada: el día que necesites mi ayuda, la tendrás. –
-
Tomaré nota, príncipe hechicero. – replicó Brais –
Pues alguien como yo debe asumir riesgos y afrontar dificultades, pocos héroes
han afrontado tantas dificultades con éxito como vos. –
Antes de
que Brais terminase, Manawydan puso su cetro sobre sus hombros.
-
Esto no es una parte del pago – dijo –, es un favor
de alguien que reconoce tu valía. –
Y Brais
se vio transportado de vuelta al pueblo, sin la espada feniana pero con su
disfraz más lustroso. La gente a su alrededor festejaba sin percatarse de su
aparición. Vuelvo a la fiesta.
Y le
llamó la atención el sonido de unas flautas muy bien tocadas Esta noche había conciertos de flauta, gaita
y violín. La música le mejoró el ánimo y se dirigió al concierto.
Allá,
recostada y algo recuperada del exceso de vino, Aleida estaba disfrutando de la
música que tanto les gustaba a los dos.
-
¿Qué tal ha ido? – lo saludó su amiga disfrazada de
guerrera.
-
Han quedado satisfechos. – replicó Brais.
Aleida se
adelantó y le dio un abrazo.
-
Tú siempre consigues que las cosas salgan bien. – le
susurró – Es algo especial que tienes. –
A lo mejor la noche acaba bien para mí y todo.
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