Con las
tripas revueltas, Lovisa se vio más pálida de lo normal en el espejo. Sentía
como los remordimientos se mezclaban con las náuseas dentro de ella. «Está
visto que no soy de piedra».
Dos días
antes, Lovisa había llegado a trabajar por los pelos. Trabajaba en el
laboratorio médico del Oceanario de Upsala, curando a los animales, y también
tomaba parte activa en la elaboración de sus comidas. Era mucho trabajo, pero
Lovisa había visto dos salidas cuando terminó biología marina: acuariofilia o
acuicultura. La primera daba menos dinero pero era más glamurosa, en ambas se viajaba
bastante. No tenía muy claro como había terminado como acuarista, pero la idea
de poder trabajar con todas aquellas criaturas la llenaba.
La mañana
comenzó con un pez ballesta mordiéndole los dedos al aplicarle un antibiótico y
prosiguió con una nueva edición de su discusión con los de comida “¿Cuántas
veces tengo que deciros que compréis calamares en lugar de arenques?”
A media
mañana, Lovisa se dio un descanso para compartir unos donuts con Sami, el
becario de las visitas guiadas, que estaba hasta las narices después de haber
guiado una excursión de pijos. Fue entonces cuando la llamaron por el busca
para bajar al Maremagnum corriendo. Sami y ella bajaron corriendo para
encontrar a Damisela, una gran hembra
de tiburón toro, tendida sobre el fondo y varios buzos a su alrededor. «¡No!»
pensó Lovisa «¡No!» Una hora después, Lovisa certificó la muerte de Damisela.
Todo el personal del acuario se puso muy triste, ella incluida.
Otra hora
después, su jefe le dijo que otro veterinario experto llegaría al día siguiente
para hacer la autopsia. Lovisa asintió, pero “Creo que ha muerto de vieja, ya
era adulta cuando la sacaron del mar y llevaba con nosotros trece años”. Su
jefe le dio la razón, pero ella estaba viendo una oportunidad personal.
“Después de la autopsia ¿Podré diseccionar su cerebro?”. “¿Por tu interés por
el sistema nervioso de los tiburones?” le preguntó el jefe “Eso me temo”
replicó Lovisa. “En principio sí,” le dijo el jefe “mientras el veterinario no
ponga problemas y asumas que el tiempo que dediques se entenderá como tiempo
libre”. Lovisa no tenía ningún problema.
Al día
siguiente Lovisa llegó en hora, entró por donde entran los currantes (la
salida) y preparó todo el instrumental para la autopsia, a mayores de tener que
seguir con los antibióticos del pez globo, devolver un fletán al Maremagnum y
diagnosticar que un par de machos de caballito de mar tenían embarazos
psicológicos, por lo menos estos dos no mordían. «El día que la que se ponga
mala sea una corvina…».
El
veterinario llegó a media mañana, accedió a la petición de Lovisa y todo el
mundo se puso alrededor para ver, aunque fuera de soslayo, como diseccionaban a
la difunta Damisela. La idea de Lovisa era acertada: Damisela se había muerto
de mayor, ya andaría por los quince años.
En el
proceso Lovisa se sintió mal, no era un pez desconocido, era Damisela. Pero, cuando
pudo diseccionar el cráneo cartilaginoso, esos remordimientos no fueron un
obstáculo: aquel cerebro en “Y” siempre la había fascinado, era diferente a
todo y estaba muy poco estudiado. Analizarlo fue un trabajo absorbente que
disfrutó mucho y le dio muchos datos.
También
le consumió mucho tiempo, así que Lovisa salió del trabajo muy tarde y tuvo que
volver a casa en el último metro. Previendo aquello, no había quedado con nadie
pero quiso darse una buena cena de albóndigas para celebrar su trabajo. Una vez
se las hubo terminado, agarró un yogur de la nevera y, según lo revolvía, se
acordó del cartílago del cráneo de Damisela y eso le causó nauseas. A las
náuseas siguieron las arcadas y Lovisa se fue corriendo al baño por si acaso,
aunque la cosa no fue a más.
Un poco
mareada y con un revoltijo de emociones, su reflejo le dejó claro que estaba
más blanca de lo normal. No había esperado que diseccionar el cerebro de
Damisela la afectara tanto «Está visto que no soy de piedra.» se frunció el
ceño a sí misma «Lovisa chica, tienes que endurecerte un poco más.»
Al día
siguiente llegó al curro en hora, se cruzó con Sami, que estaba encantado
porqué le tocaba un grupo de niños, y tuvo un día tranquilo en el laboratorio.
Comprobó que tenían un caballito de mar preñado de verdad y aplicó un
reconstituyente a un joven tiburón nodriza.
Hasta que
le llegó una llamada de Sami por el busca. “¿Qué se te ofrece, novato?”
contestó “Estoy en el Maremagnum con los niños y… mira lo que están haciendo
Moteado y Morena” respondió Sami. Lovisa le hizo caso, echó un vistazo y vio a
ambos tiburones toro en una postura que sería muy comprometida si fueran
humanos. “Parece que Damisela va a tener más nietos.” Dijo Lovisa “Ya.” Replicó
Sami “¿Pero yo que le digo a los niños? ¡Que lo están viendo todo!”. Lovisa
trató de imaginarse la imagen, menudo marrón para Sami “Diles la verdad: que
están haciendo tiburoncitos”.
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