jueves, 12 de febrero de 2015

Lovisa y la "Y"

Con las tripas revueltas, Lovisa se vio más pálida de lo normal en el espejo. Sentía como los remordimientos se mezclaban con las náuseas dentro de ella. «Está visto que no soy de piedra».

Dos días antes, Lovisa había llegado a trabajar por los pelos. Trabajaba en el laboratorio médico del Oceanario de Upsala, curando a los animales, y también tomaba parte activa en la elaboración de sus comidas. Era mucho trabajo, pero Lovisa había visto dos salidas cuando terminó biología marina: acuariofilia o acuicultura. La primera daba menos dinero pero era más glamurosa, en ambas se viajaba bastante. No tenía muy claro como había terminado como acuarista, pero la idea de poder trabajar con todas aquellas criaturas la llenaba.


La mañana comenzó con un pez ballesta mordiéndole los dedos al aplicarle un antibiótico y prosiguió con una nueva edición de su discusión con los de comida “¿Cuántas veces tengo que deciros que compréis calamares en lugar de arenques?”

A media mañana, Lovisa se dio un descanso para compartir unos donuts con Sami, el becario de las visitas guiadas, que estaba hasta las narices después de haber guiado una excursión de pijos. Fue entonces cuando la llamaron por el busca para bajar al Maremagnum corriendo. Sami y ella bajaron corriendo para encontrar a Damisela, una gran hembra de tiburón toro, tendida sobre el fondo y varios buzos a su alrededor. «¡No!» pensó Lovisa «¡No!» Una hora después, Lovisa certificó la muerte de Damisela. Todo el personal del acuario se puso muy triste, ella incluida.

Otra hora después, su jefe le dijo que otro veterinario experto llegaría al día siguiente para hacer la autopsia. Lovisa asintió, pero “Creo que ha muerto de vieja, ya era adulta cuando la sacaron del mar y llevaba con nosotros trece años”. Su jefe le dio la razón, pero ella estaba viendo una oportunidad personal. “Después de la autopsia ¿Podré diseccionar su cerebro?”. “¿Por tu interés por el sistema nervioso de los tiburones?” le preguntó el jefe “Eso me temo” replicó Lovisa. “En principio sí,” le dijo el jefe “mientras el veterinario no ponga problemas y asumas que el tiempo que dediques se entenderá como tiempo libre”. Lovisa no tenía ningún problema.

Al día siguiente Lovisa llegó en hora, entró por donde entran los currantes (la salida) y preparó todo el instrumental para la autopsia, a mayores de tener que seguir con los antibióticos del pez globo, devolver un fletán al Maremagnum y diagnosticar que un par de machos de caballito de mar tenían embarazos psicológicos, por lo menos estos dos no mordían. «El día que la que se ponga mala sea una corvina…».

El veterinario llegó a media mañana, accedió a la petición de Lovisa y todo el mundo se puso alrededor para ver, aunque fuera de soslayo, como diseccionaban a la difunta Damisela. La idea de Lovisa era acertada: Damisela se había muerto de mayor, ya andaría por los quince años.

En el proceso Lovisa se sintió mal, no era un pez desconocido, era Damisela. Pero, cuando pudo diseccionar el cráneo cartilaginoso, esos remordimientos no fueron un obstáculo: aquel cerebro en “Y” siempre la había fascinado, era diferente a todo y estaba muy poco estudiado. Analizarlo fue un trabajo absorbente que disfrutó mucho y le dio muchos datos.

También le consumió mucho tiempo, así que Lovisa salió del trabajo muy tarde y tuvo que volver a casa en el último metro. Previendo aquello, no había quedado con nadie pero quiso darse una buena cena de albóndigas para celebrar su trabajo. Una vez se las hubo terminado, agarró un yogur de la nevera y, según lo revolvía, se acordó del cartílago del cráneo de Damisela y eso le causó nauseas. A las náuseas siguieron las arcadas y Lovisa se fue corriendo al baño por si acaso, aunque la cosa no fue a más.

Un poco mareada y con un revoltijo de emociones, su reflejo le dejó claro que estaba más blanca de lo normal. No había esperado que diseccionar el cerebro de Damisela la afectara tanto «Está visto que no soy de piedra.» se frunció el ceño a sí misma «Lovisa chica, tienes que endurecerte un poco más.»

Al día siguiente llegó al curro en hora, se cruzó con Sami, que estaba encantado porqué le tocaba un grupo de niños, y tuvo un día tranquilo en el laboratorio. Comprobó que tenían un caballito de mar preñado de verdad y aplicó un reconstituyente a un joven tiburón nodriza.


Hasta que le llegó una llamada de Sami por el busca. “¿Qué se te ofrece, novato?” contestó “Estoy en el Maremagnum con los niños y… mira lo que están haciendo Moteado y Morena” respondió Sami. Lovisa le hizo caso, echó un vistazo y vio a ambos tiburones toro en una postura que sería muy comprometida si fueran humanos. “Parece que Damisela va a tener más nietos.” Dijo Lovisa “Ya.” Replicó Sami “¿Pero yo que le digo a los niños? ¡Que lo están viendo todo!”. Lovisa trató de imaginarse la imagen, menudo marrón para Sami “Diles la verdad: que están haciendo tiburoncitos”.

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