lunes, 24 de noviembre de 2014

El caballero y la escriba




-       Has vencido fácilmente a ese monstruo. – dijo Zhio.
-      Era un merodeador normal. – replicó Eion – No había sido perfeccionado ni había obtenido un poder mayor. Era solo uno de tantos perdedores. –

Zhio tragó saliva, Eion comprendía bien el porqué. Los merodeadores eran criaturas horribles: podían adoptar forma humana para ocultarse, pero su auténtica forma tenía la piel cubierta de costras y pústulas, ojos a medio paso entre vidriosos e inyectados en sangre y una boca flexible y repleta de colmillos.

Pero, cuando has visto un merodeador tan cerca como le había tocado a Zhio, lo que de verdad te helaba la sangre era su desesperada necesidad por los humanos, tan sexual como depredadora. La vida del merodeador era pura desesperación y su única forma de vivir era causar muerte y dolor a los seres humanos.

¿Qué clase de monstruos habían sido los nyshirian para crear semejantes criaturas? Eion había estado cerca de obtener una respuesta, y aquello había conseguido disuadir su irrefrenable curiosidad.

Conforme la noche llegaba, se detuvieron y montaron un pequeño campamento al lado del sendero. Eion prendió una hoguera y calentaron algo de la carne que les habían dado los aldeanos para agradecerles el haber derrotado al merodeador. Por supuesto, los aldeanos tendrían que abonar un pago, pero tendrían que entregárselo a Lor.

Él ya había cumplido e iba a disfrutar de la compañía de Zhio. Desde el mismo momento en había acogido a aquella chiquilla a su servicio, Eion supo que era una mala compañía para ella. Exactamente igual de mala que lady Ilene para él cuando era niño. Pero ni entonces ni nunca cambiaría los años que pasó al servicio de lady Ilene. Y la presencia de Zhio era algo maravilloso.

Zhio estaba haciendo lo peor que hacen todos los niños: crecer. Ya no era la niña de cuerpo infantil que había tomado bajo custodia, se estaba convirtiendo en una mujercita. Pero había algo que nunca desaparecía: el brillo en sus ojos, su mente lúcida.

Que creciera era un problema, porqué se acercaba a la edad en que él había sufrido la agonía que lo había transformado en soldado de la Disciplina. Eion se había convertido en una criatura en parte humana en parte nyshirian para recoger el legado de lady Ilene (o eso se decía a sí mismo), pero no quería que Zhio pasara por algo semejante.

Desechó aquellos pensamientos de su mente, quería a Zhio como si fuera de su sangre y estaba contento de volver a tenerla a su lado. Y sabía que era un sentimiento correspondido.

-          ¿Cuándo podremos visitar alguna ciudad? – preguntó Zhio de repente.
-         No sabría qué decirte. – replicó Eion – Mientras Lor no me venga con una nueva misión, podré hacer lo que desee. –
-          Por eso te empecinaste en seguir siendo el número seis. – dijo Zhio.
-         Correcto. – aceptó Eion – Pasar a ser uno de los cinco veteranos implicaría perder parte de mi autonomía. – suspiró – Además, a Baelor Narizrota no le interesaba que yo acumulase más poder del que ya tengo dentro de la Disciplina. –
-       Baelor Narizrota, el Gran Maestre de la Disciplina. – la voz de Zhio se tornó ceremoniosa al recitar aquellas palabras.
-        El hombre al que debo disciplina. – apuntilló Eion.

Eion dio bocado al trozo de carne tostada que tenía en la mano y lo saboreó todo lo que pudo, Zhio siguió su ejemplo.

-          Podríamos dirigirnos a la ciudad roja. – dijo Zhio.
-          ¿Y eso? – replicó Eion.
-          Por lo que sé, – dijo Zhio – hay cerca algunos petroglifos, por no mencionar el arte de los royos de terciopelo. –
-       ¿Tiene algo que ver con la feria de tejido que se celebrará en breve en la ciudad? – inquirió Eion, enternecido.

Zhio dio un respingo cual niña traviesa que ha sido pillada in fraganti.

-     Me gustaría comprarme algo. – reconoció, sonrojada – Es una feria donde se encuentran buenas piezas de arte. Y lo de los royos de terciopelo… -
-      ¡Son muy bonitos, pero poco prácticos! – dijo Eion, sonriendo – Lady Ilene tenía uno con poemas antiguos, pero le daba trabajo leer o conservarlo. Pero si lo que deseas e ropa nueva, ya sabes lo que negocia Lor por mis servicios y las pocas necesidades que suelo tener. –
-       El Gran Maestre Baelor Narizrota me ha pagado en oro por las copias de varios tratados de hice en el reino de cristal. – replicó Zhio, frunciendo el gesto.

Eion sintió una punzada, su niña se hacía mayor y quería pagarse su propio capricho. Sabía que Zhio había copiado tres tratados sobre la antigüedad de las bibliotecas de los elfos del reino de cristal y también que el Gran Maestre se los había pagado. Había sido un oro bien gastado: Eion no conocía escriba mejor que Zhio, era observadora, minuciosa, perseverante y valerosa (cosa que le había dado a Eion varios quebraderos de cabeza). Y aquellos libros eran auténticas obras de arte, Eion apenas había visto alguna caligrafía más hermosa que la de Zhio, a diferencia de su propia caligrafía, tan clara y precisa como su prosa.

-          Si deseas pagarte algo, – dijo al fin – no seré yo el que te lo impida. –

Zhio lo miró destilando gratitud. Mientras le devolvía la sonrisa, Eion notó que algo se ensombrecía. Los sentidos de un soldado de la disciplina son difíciles de describir, pero sintió un poder aproximándose. No era un amigo.

-          No estamos solos. – dijo, envarándose.
-          ¿Cómo? – dijo Zhio.

Eion se puso de pie y llegó al lado de Zhio para protegerla, ella se puso tensa y situó entre él y el fuego.

-          ¿Otro merodeador? – dijo.
-          No creo. – replicó Eion – Es algo diferente, algo… - retorcido, algo retorcido contra sí mismo.

Solo se le ocurría algo que pudiera ser así. Desenfundó su estada.

-          ¡Vamos! – gritó – ¡Sal de una vez, rata! –
-          ¡Eion! – reaccionó Zhio.
-          ¡Muéstrate, bestia! – siguió Eion.

Unos arbustos crujieron y, girándose para seguir el sonido, Eion reconoció la enorme figura humanoide de la criatura llamada “El Árbitro”. Con su rostro demacrado, cubierto de pústulas y costras, sus colmillos negros, sus ojos desencajados.

-        ¿Ese es el “Árbitro”? – dijo Zhio.
-       Sí. – dijo la criatura con una voz ronca – Yo soy el Árbitro. – sus ojos se clavaron en Zhio – ¿Te parezco repulsivo? Deberías saber… -
-      ¡Que eres el resultado de un experimento de la Disciplina! – replicó Zhio – La Disciplina quiso crear armas contra los merodeadores que fueran menos potencialmente peligrosas que los soldados tipo nyshirian y utilizaron carne y humores de merodeadores en cuerpos de seres humanos para crear soldados “tipo merodeador”. Tú fuiste el más poderoso. –

La cara contrariada del árbitro hizo sentirse orgulloso a Eion. Zhio siempre sorprende.

-         ¿Y qué haces aquí, quimera? – siguió Eion.
-     He venido a veros. – replicó el Árbitro – Quería saber qué hacías y de qué eras capaz, “caballero magnífico”. –
-          ¿Soy especial o no tenías a nadie más a quien perseguir? – replicó Eion.
-          Ya nos habíamos visto. – replicó el Árbitro – Cuando no eras mayor que esa cría y… -
-      Lo recuerdo. – lo cortó Eion – Servía como escriba a lady Ilene y presencié la batalla del pueblo fantasma. –
-       ¿La batalla? – restalló el Árbitro – ¡Querrás decir la masacre! ¡Los mismos alquimistas que nos habían creado no desecharon como basura y ordenaron a los soldados tipo nyshirian que nos aniquilaran! –
-     ¡Eso es mentira! – restalló Eion – Los alquimistas y representantes encomendaron a muchos de vosotros misiones pero la mayor parte perdieron el control. Tú te presentaste voluntario como inquisidor, pero desertaste tras tener que matar a más de un centenar de soldados iguales que tú. –

Eion podía comprender que desertase después de haber matado a un centenar de semejantes, lady Ilene también lo había comprendido.

-     Muchas de las otras quimeras te siguieron. – prosiguió Eion, en tono acusatorio – Lady Ilene y el entonces número dos, lord Baelor, os indicaron un lugar apartado donde podríais ocultaros. – enarboló la espada – Hasta que el entonces Gran Maestre Orsay decidió que le seríais útiles contra lady Ilene y os “autorizó” a cazar seres humanos. Lady Ilene reunió a los guerreros que la apoyaban y os derrotó en vuestro propio cubil. – su voz se quebró al recordarla – De no ser por su corazón piadoso, os habría aniquilado pero decidió perdonar la vida a algunos de vosotros. –
-     ¡Como si fuéramos perros sarnosos! – restalló el Árbitro – ¡Y habríamos muerto de nuestras heridas y de hambre de no ser por Doros! –

Doros. La primera noticia que había tenido Eion de aquel ser había sido una referencia en los apuntes de Ruano antes de derrotarlo. Después, Zhio y él habían encontrado una montaña de referencias. Y otra montaña en los archivos del “rey Hakon”. Doros era mucho más que un merodeador potenciado, Doros era el más brillante aprendiz de Ruano, tanto desde el punto de vista técnico como estratégico. Si la raza humana en su conjunto tenía un enemigo, ese era Doros.

-        ¿Así que por eso sirves a Doros? – dijo Eion – ¿Por gratitud? –
-     No creo. – replicó Zhio – Un merodeador no es capaz de ser agradecido, solo los une el poder. Y, si quedase algo de humanidad dentro de este ser, habría luchado contra Doros hasta su último aliento. –

Nuevamente, el rostro deformado del Árbitro se contrajo ante la formidable capacidad de observación de Zhio. Lo que hizo entonces asombró a Eion: su energía se redujo, sus llagas dejaron de supurar veneno y se giró y marchó. Eion no tenía muy claro qué había sucedido, simplemente notaba que toda su agresividad se había diluido en ¿desánimo?

-      Creo que será mejor poner tierra de por medio. – dijo Eion, cuando notó completamente desvanecida la presencia del Árbitro.
-          ¿Qué le ha pasado? – preguntó Zhio.
-          Le has pasado tú. – replicó Eion – Has visto en su interior algo que no quería reconocer. –
-          ¿Qué se ha rendido a Doros por qué no podía enfrentarlo? – preguntó Zhio.
-          Quizá. – replicó Eion – O quizá que hubo un tiempo en que fue un ser humano. –
-          ¿Igual que tú o cualquier otro soldado? – preguntó Zhio.
-          Más o menos. – replicó Eion – Pero, cuando hablaste, agarró un sello que le colgaba del pescuezo. – se alzó de hombros – Creía que aquel sello podía haber sido robado, pero esa reacción me parece que denota posesión. –
-          ¿Un sello que le perteneció cuando era humano? – dijo Zhio.
-          Tiene pinta y creo que conozco ese sello. – apuntilló Eion – Después de la feria de Ciudad Roja ¿Te apetece visitar la enorme Ciudad Pétrea? –

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