jueves, 19 de marzo de 2015

Un juicio de bajo vuelos

Deena se retrasó, le apetecía tener al jurado esperando ¿Por qué no? Total, le habían endosado el papel de fiscal en el juicio de forma aleatoria, básicamente porqué un programa informático la había seleccionado a ella al azar entre todos los capitanes la armada estelar de la Federación.

Y ya era casualidad que, con más de 10.000 capitanes entre en activos y retirados, la escogieran a ella para acusar a su antiguo navegante estelar en un juicio sobre su actuación en un evento que no terminaba de entender nadie. Se ve que la estupidez real siempre supera a la inteligencia artificial.


Cuando entró en el tribunal, el almirante que había de juez tenía mala cara pero no contra ella. Rob, su antiguo navegante, estaba sentado en el sillón de los acusados y los demandantes que, aleatoriamente ella tenían que representar, estaban con cara de cabreo.

Era ocho enanos que no recordaban mucho a los de Blancanieves, debían de venir de un planeta con poca masa emergida y tenían grandes tatuajes en la frente y las mejillas con tantas faltas de ortografía como letras.

“¡Ya era hora, capitana!” protestó uno de los enanos. “Capitán no tiene femenino.” Replicó Deena y recitó el asunto el juicio “El pueblo de Ajostiernos contra el capitán Rob por causa de desalojo ilegal mediante abducción” «¡Mantén la cala! – se dijo a sí misma – ¡No te rías!» lo siguiente que dijo en voz alta fue “¿Qué tiene que decir el acusado?”

“No puedo negar que los abducimos. – aceptó Rob – ¡Pero es que su pueblo estaba siendo arrasado por una lengua de lava volcánica! ¡Nuestro objetivo era evitar que quedaran convertidos en brochetas!”

“¡Fue un desalojo ilegítimo!” gritó un enano “¡Eso! ¡Por una vez que hacía calor en nuestro pueblo!” añadió otro.  “¿La posibilidad de ser carbonizados no les parecía preocupante?” preguntó Deena. Todos los enanos se quedaron paralizados como si no hubiesen reparado en ello antes. “Es que en Ajostiernos hace tanto frío que no nos lo planteamos. – Reconoció uno – Además ¿Qué pasa con su nave? ¿No es supercara? ¡Como para acercarla a un volcán!”.

Rob se revolvió en el asiento del acusado. Deena comprendió que le habían dado en el ego, estaba demasiado orgulloso de su capacidad como piloto y navegante espacial. Tenía varias estrellas por ello y las lucía en el uniforme.

Deena conocía muy bien algunas, la primera era de cuando se habían graduado los dos en la academia y él había sido reconocido como el mejor en navegación estelar y la siguiente se la había ganado encontrando la ruta para la nave de Deena entre dos agujeros negros. Pero la más importante y que tenía más destacada en la solapa la compartían ambos de cuando habían encontrado el mundo más extraño del universo: habían encontrado una tortuga de quince mil kilómetros que sostenía un mundo plano sobre su caparazón sujetado por cinco elefantes gigantes. Por si aquello no había sido bastante raro, la tortuga se fijó en su nave y pasó un buen rato persiguiéndolos. Consiguieron despistarla y aterrizar en el mundo sobre su caparazón, pero lo que había costado salir enteros de aquella aventura. La primera estrella que no compartían era la de su separación, cuando Rob había conseguido su propia nave y dejado la de Deena.

“Bueno, señoría – Deena se dirigió al juez – vista la solidez de las acusaciones, me veo en la obligación de retirar la demanda contra el capitán Rob. Considerando que prestó una valiosa ayuda humanitaria a los demandantes.”.

“Conste en acta.” Asintió el juez.

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