Comenzaba otra tarde guiando niños en el museo y acuario, con el uniforme que mis compañeras decían que no me quedaba nada glamuroso, pero para algo tengo mi pose pasota.
Por lo menos esta vez los niños eran pequeños, de 10 a 12 años, de los que mola guiar porqué son auténticas esponjas. Y como yo llevaba unos días dando vueltas a cosas que podía decirle a los niños para que les quedaran dentro, lo dije:
“Niños ¿Alguno sabe por qué las estrellas de mar nunca van para atrás?”
Primero llegó el silencio, con los buenos de los profesores más callados que sus alumnos, y luego comenzó una tormenta de ideas en toda regla: “Porqué les da miedo”, “Porqué no les dejan”, “Porqué son muy valientes”. Creo que me habría reído si no me lo disfrutando tanto. Los paré con un gesto (y soplando en mi altavoz) y les dije:
“Pensad en una estrella de mar, aquí tenemos algunas muy bonitas, ¿Dónde tienen el detrás?”
Se hizo un silencio precioso porqué se veía en sus caretos que algo estaba haciendo clic en sus cerebros, incluso en el de los profesores. Pero la respuesta salió de uno de los niños (no me acuerdo de cual).
“¡No tienen delante ni detrás!”
Hubo quien protestó (eran niños), pero tenía razón.
Más tarde los metí en una parte que llamo con cariño el chill-out de las medusas, por la música y las aurelias. Comencé con “los altos detrás y los bajitos delante” y una niña saltó “¡Ahí! ¡Yo detrás!”. Me tuvieron media hora allí preguntando si las medusas pueden picar después de muertas (los cnidocitos) o si son comestibles (aprovechan bien la carne de sus presas pero no saben a nada).
Poco antes de marcharme, cuando los niños ya se habían ido pero a mi aun me tocaba cumplir las horas, me llamó un visitante normal del acuario señalando las cigalas y me preguntó si estaban emparentadas con los escorpiones. “Bueno, ambos son artrópodos”.
Con cinco ejes de simetría idénticos no se pude decir que tenga delante ni detrás. |
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