miércoles, 8 de abril de 2015

La promesa de un beso

Conozco a Shiro desde que éramos pequeños, por eso le conozco bien.

Shiro siempre se había sentido oprimido y confuso. Perdido por no responder a las expectativas que se habían formado en torno a él. Un chico joven y guapo de buena familia debería de tener mucho éxito entre las chicas, pero él no sentía interés por las mujeres y eso frustraba a su familia, a su padre autoritario y vanidoso y a su madre adicta a los cosméticos.



Cuando entramos en la escuela secundaria Shiro conoció a Seri, una chica inocente que se enamoró de él y, siguiendo los dictados de su familia, intentó corresponderla. Pero no fue capaz de estar con ella y la dejó.

Poco después de aquello, yo comencé a hacer dos cosas: salir con Seri e imaginarme cual era el problema de Shiro con las chicas.

Un año después, Shiro conoció a Marco, un chico que llegó de intercambio, y todo cambió una tarde en que Marco se insinuó a Shiro muy explícitamente. Shiro comprendió que era homosexual cuando supo lo que era el amor. A partir de ese momento, comenzó a imaginarse su primer beso con Marco, el primer beso de amor.

De esa fantasía sacó las fuerzas para plantar cara a sus padres, para decir que no le gustaban las mujeres y para comenzar a asistir a un grupo donde lo ayudaron a aceptar su homosexualidad.

Fueron unos meses muy duros, en los tuvo que afrontar el rechazo de su familia y del entorno donde había crecido, pero Shiro siempre sacaba fuerzas de la idea de su primer beso con Marco.

Para su sorpresa Seri se convirtió en una aliada inquebrantable en la dificultad, creo que lo apoyó mucho más que el propio Marco y tengo que reconocer que lo apoyó mejor que yo. A mí  la imagen del beso Shiro con Marco me parecía platónica, pero como en estas cosas no soy ningún genio preferí callar y apoyar.

Habiendo encontrado un trabajo a tiempo parcial y tras superar el rechazo de muchos de sus antiguos amigos, Shiro comenzaba a ver la luz de la autoaceptación y la libertad. Nunca lo había visto tan feliz y vital, daba gusto verlo.

Pero una tarde volviendo del trabajo Shiro se quiso acercar junto a Seri a donde vivía Marco, dispuesto a abrir su corazón, y allá, donde tantas veces se había imaginado a ambos juntos, Marco estaba besando a una chica.

Seri me dijo que conocía a aquella chica de algo, que era una buena persona y amiga, pero ahí estaba, ocupando entre los brazos de Marco el lugar que tanto había ansiado Shiro.


No me avergüenza reconocer que me alegro de no haber estado allí, porqué todo lo que tendría para Shiro serían palabras y las palabras no serían consuelo. De hecho, lo único que Seri pudo decirle fue “No sé qué decirte.”

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